Recuerdos en el Día de Pascuas

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Cuando se van acumulando los años, los recuerdos de la niñez comienzan a tomar forma. Nunca me lo he preguntado por qué ni tampoco me lo preguntaré. Sólo son recuerdos que en algún rincón de nuestro cerebro están guardados, atesorados, y de a poco comienzan a fluir cuando un acontecimiento, un dicho o el aroma de una comida nos trae a la memoria momentos vividos, lapsos fugases de la infancia o de la juventud.

 

De tanto en tanto, en este espacio afloran algunos dichos o saberes que mi cerebro ha conservado intacto sobre el recuerdo de una bisabuela que amé y sigo amando mucho: Paula Vallejos, así se llamaba, y que vivió con nosotros durante muchos años. Ella había criado a mi mamá y para nosotros era simplemente la “Abuela” y para mi madre, “Mamá”.

 

Siempre vestida de negro porque llevaba luto desde la muerte de sus padres, se entretenía cuidando de mis hermanos Julio y Jorge, y de mí, en la plaza del pueblo. En ese tiempo, cuando aún vestíamos pantalones cortos –incluso en invierno- la plaza era el lugar central donde nos reuníamos todos los pibes del barrio. Era el coto de caza de pajaritos –siempre y cuando no nos agarrara el placero- y a su pérgola central la imaginábamos un lugar inexpugnable en los juegos de cowboys o de guerras imaginarias.

 

Vuelvo a Paula, quien conservaba ciertas supersticiones y que a veces trato de aventar cuando se presenta una situación similar. Por ejemplo, cuando una lechuza, en la noche, se paraba en el campanario de la iglesia y que, al decir de mi abuela, traía alguna desgracia. A veces, la casualidad, hacía que alguien del pueblo muriera en esas horas y para nosotros, niños aún, quedara como una certeza.

 

El Viernes Santo se encargaba de hacernos observar que Jesús había muerto y que ese día no nos podía cuidar, por lo tanto no había que jugar al fútbol, visitar amigos, ni portarse mal o decir alguna mala palabra. Menos aún sacar a relucir nuestras hondas, o los revólveres de cowboy,  armas de aquel pequeño Far West que queríamos imitar tras ver la serie “Cuero Crudo” en aquel televisor del vecino donde había que tener mucha imaginación para distinguir los personajes, porque la recepción de la antena no era de lo mejor. La música sacra de la radio y nuestra paciente y a veces aburrida espera era todo un sacrificio.

 

Hasta aquí algunos recuerdos de la querida abuela Paula, a quien sigo teniéndola presente por su gran bondad, por su cariño, por ser tan compinche conmigo cuando había bacalao para comer en el Viernes Santo y que por arte de magia me lo cambiaba por un suculento huevo frito y pan tostado en el horno de la cocina a leña Istilart y que saboreaba como el más rico manjar ante los ojos y gestos no tan gentiles de mis papás. Era Viernes Santo y ellos tampoco me podían regañar…

 

Recuerdos, retazos de una historia que forma parte de las pequeñas o grandes historias de nosotros mismos y que por el afecto hacia ustedes, nuestros oyentes, terminan siendo compartidos en esta familiar entrega de Mañanas de Campo, en este Día de Pascuas.

 

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