La última trinchera

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Si tomamos los últimos cien años en nuestro país hemos atravesado diferentes situaciones, crisis, golpes de Estado, una guerra, espirales de violencia, y también momentos de estabilidad y paz.

 

Reiteradamente sufrimos recaídas, reeditamos crisis económicas y a veces hasta las compramos. Todos hablan de encontrar una salida, pero parece que la voluntad escasea y mucho más las decisiones para erradicarla. Una vez más, en esta columna, advertimos en la necesidad de analizar qué nos sucede como nación y como sociedad, porque hemos ido naturalizando el déficit fiscal. Ha ido desapareciendo la ética del trabajo, del ahorro, de la inversión, del riesgo asumido responsablemente.

 

Nuestros bisabuelos y abuelos vinieron a estas tierras persiguiendo un sueño que pudieron convertir en realidad mediante el trabajo duro, incansable, ahorrando y luego invirtiendo, en viviendas, en educación de los hijos y en proyectos empresarios más o menos importantes.

 

Fue en ese marco, en aquel modelo de sociedad, que nacieron muchas empresas rurales y urbanas que han llegado a nuestros días, fortalecidas en el trabajo incesante, con determinación y en equipo. 

 

Sin ser prebendarias, y sin colgarse de la teta del Estado, crecieron y se desarrollaron en un contexto incluso adverso. Sus fundadores no se dejaron paralizar por el temor, y transmitieron el gen de la competitividad a sus descendientes, que siguieron multiplicando los esfuerzos; porque en épocas de cambios, paralizarse, detenerse, es una manera de retroceder.

 

Alguno me podrá indicar que algunas de esas empresas están quedando en el camino. Es cierto, no debemos cerrar los ojos ante la realidad. Tenemos que estar atentos, tanto a los éxitos como a los fracasos y estar siempre dispuestos a realizar los cambios que sean necesarios sin alejarnos de ciertos valores y principios inalterables al tiempo.      

 

Vivimos en una época en la que no es suficiente hacer más de lo mismo. Las organizaciones no tienen el éxito asegurado. Sobreviven las que se adaptan más rápidamente y es el cambio oportuno y adecuado, lo único que asegura la permanencia.

 

En cada ciudad, en cada pueblo del interior del país, podemos identificar a muchas empresas rurales y/o urbanas nacidas en el siglo pasado y que siguen aportando todo su tesón de desarrollo. Tienen nombres y apellidos que devienen de generaciones; a sus dueños los conocemos y tratamos diariamente. Son personas que nos dan confianza porque se la ganaron  por su transparencia de proceder. Hablamos de establecimientos agropecuarios, firmas martilleras, consignatarias, cooperativas, acopios, almacenes, supermercados, que no sólo generan fuentes de labor, sino también Producto Bruto que queda en esas mismas localidades y que en poco o en mucho se derrama a la sociedad. Allí está la economía real, propia del esfuerzo propio y la colaboración mutua. Es la última trinchera de resistencia que nos queda en el interior del interior.  

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