Lo mejor está en nosotros

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Nadie parece estar conforme con lo que ocurre, muchos de nosotros vivimos “incómodos” por decirlo de alguna manera y renegamos a diario con “cómo cambiaron las cosas” siendo muchas veces, parte irremediable de ese cambio que no deseamos.

 

En alguna ocasión hablamos de la importancia del saludo, de cómo hasta en los pueblos ya se ha convertido en algo muy corriente, el hecho de pasar caminando y que nadie cruce una mirada o levante siquiera la cabeza, para ese gesto tan sencillo que es al menos tocarse la boina, hacer el “ademán” y cruzar un cordial saludo. La pregunta es: cuántas veces somos nosotros quienes generamos ese momento?

 

Ocasiones sobran para volver a ciertas costumbres, que al menos nos acercan ya no solo como vecinos, conocidos, sino como pares, algo que en general se va perdiendo. Quedan en el pueblo la libreta, el clásico cuaderno de anotaciones, a veces en la ciudad en el taller amigo, en el forraje o tal vez, en el corralón de construcción. Alguna cantina o kiosco donde quienes tenemos chicos pasamos a “cancelar” de vez en cuando las golosinas o el mapa llevado con apuro para la escuela. Entre la resistencia al fiado, todavía aparecen el del puesto de lotería, que aún repite semana tras semana la jugada, mientras que la liquidación se hace cada tanto, para no acumular las deudas de juego que tantos soñadores suelen realizar en la búsqueda de un cambio de vida.

 

Por eso al escribir estas líneas, pensaba en nosotros, en cada uno en primera persona entendiendo que debemos ser cada día, los ejemplificadores de una vida que no está tan lejana y que debemos obligarnos a no perder. Para sumar está lleno, desde la cola en el banco o de las tantas, con algún mayor o alguna dama –por qué no- en tiempos donde “el todes” deja atrás la galantería bien concebida a la hora de ganarse una sonrisa, sin que la estupidez de unos pocos, nos quiera obligar a entender que es muy sano saber, que no somos iguales y benditas sean esas diferencias. El paso en la esquina de un peón sin semáforo, o la derecha del que transita, la prioridad en una rotonda, la señal de luces a la hora de pasar a alguien y que les cuento cuando un camionero de los antes –porque son cada vez menos los actuales – te pone un guiñe en el medio de una lluvia que impide ver si es posible poder adelantarse.

Almacén en La Dulce - Néstor y Fabiana.

Hay mucho para rescatar y somos muchos los que queremos hacerlo, simplemente tenemos que lograr que se vea un poco más, a pesar de que la televisión, la radio y las noticias, entiendan que deben atormentarnos con una realidad dolorosa y difícil de esconder. No es una tarea ingrata, todo lo contrario: en cada ocasión, en cada momento, por cada acción, hay algo dentro de cada uno de nosotros que parece enaltecerse, porque seguramente alguien estará mirando, o alguien está recibiendo ese gesto y con un poco de suerte, recibirá el contagio con la posterior posibilidad de repicarlo hacia otros.

 

Debemos dejar atrás el acordarnos y poner en primera persona, el hacerlo. Cómo ese almacén del pueblo, como el ferretero, como tantos otros. Confiemos un poquito más, hagamos que la responsabilidad pase por el otro. Castiguemos al de la bicicleta ventajera y démosle la espalda al ventajero. Es hora de apoyar  a la buena gente, esa del barrio, esa que cruzas todos los días, esa que vive seguramente, a la vuelta de la esquina.

 

 

(*) Foto Gustavo Almassio - Almacén en la Dulce

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