Un país insano

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Hace un tiempo a esta parte que me ronda un pensamiento. Seguramente, debe ser el muchos otros preocupados y ocupados en recuperar la República, aunque algunos crean que es una quimera.

 

No alcanza con mirar atrás y ver la misma historia mientras el mundo cambia. Sin embargo, deberíamos al menos analizar algunos parámetros para saber que así no podemos seguir más, para que nos hagan, al menos, sonrojar de vergüenza.

 

Si trazamos una línea sobre la evolución del PBI per cápita argentino y lo ponemos en contraposición con el de Estados Unidos, la relación del primero con respecto a la principal economía del mundo, se achicó del 80 al 33% en los últimos 130 años. A pesar de que las comparaciones suelen ser odiosas, si se replica la misma con los países limítrofes, la tendencia argentina es la misma, y es siempre a la baja.

 

En 1910 éramos 20% más ricos y, hoy, somos 45% más pobres que mucho de los países que nos rodean.

 

En un ranking de 150 países, donde se evidencian los años de recesión que tuvieron desde 1950 a la fecha, la Argentina ocupa el segundo lugar, sólo superada por la República Democrática del Congo. Nuestro país quedó por encima de Irak, Siria, Zambia, Zimbabue y Venezuela. Es decir, este es el club de los países a los que pertenecemos, con dos años de crecimiento y uno de recesión. Y en los últimos años, ni siquiera logramos sostener ese promedio, sino que ahora, un año crecemos y otro decrecemos.

 

La responsabilidad fiscal es una de las cuentas pendientes. Apenas tuvimos cinco años de superávit en 70 años, y cuatro fueron durante el Gobierno de Néstor Kirchner, en default, sin el pago de la deuda, de lo contrario habría que ver si efectivamente habrían sido de superávit. Somos un país volátil, con recesiones constantes, donde el Estado gasta más de lo que ingresa y donde cada vez somos más pequeños en proporción al resto de los países del mundo.

 

La tendencia del gasto público cambió al pasar del 25% al 45% a partir de los años 2003-2006. Mientras que el gasto trepó por encima del 42%, los ingresos sólo lo hicieron hasta el 37% y por eso el déficit actual. No debería ser intrínsecamente malo que el Estado incremente su gasto como lo hacen otros países como Suecia y Noruega, siempre y cuando las prestaciones también acompañen ese crecimiento.

 

Debemos dejar la mentira a un lado. No somos un país rico. Somos un país potencialmente rico, siempre y cuando aprendamos a resolver juntos los gravísimos problemas que nos acucian. Pareciera que los políticos de todas las facciones se hubieran puesto de acuerdo para evitar que nuestro país salga adelante. Hay un poco de eso, pero los políticos no son más que la consecuencia de nuestra moral y de nuestro voto.

 

Vivimos de la nostalgia, del paleolítico, como si en eso halláramos explicaciones a nuestra marginación de un mundo que castiga a quienes no encuentran su rumbo porque no lo buscan.

 

El mundo avanza hacia nuevos paradigmas donde la tecnología y el conocimiento se imponen, en donde los países se dividen en democracias sólidas, con instituciones que funcionan, con aquellos a los que se los califica como Estados en decadencia.

 

Lo que nos ocurre como país es elocuente. O hacemos las cosas de manera diferente o continuamos con lo mismo, con los graves costos que ello supone. Albert Einstein definía a la insania como cuando se hace una y otra vez la misma cosa y se esperan resultados diferentes. En la Argentina, parece que nos empeñamos diariamente en seguir intentando con la misma receta, para lograr resultados diferentes. Será por eso que no sólo seguimos mirando para atrás, sino también repitiendo los mismos errores.

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