La terapia de los mismos de siempre

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Hace frío y la casa está realmente fresca, si bien el sol de la mañana pega suave, la helada de sábado recién comienza a levantar y preparar el mate para dar una vuelta, me suena casi obligatorio.

 

Miro el pizarrón gigante del living, donde muchos números grafican el mapa del campo y la distribución de cada lote, una verdadera obsesión que ha tomado mi amigo Gustavo, qué por esas cosas raras, le gustó la idea y se hizo un fanático de las anotaciones. Mientras la pava chiquita chilla lentamente, miro la mañana que va tomando color por la ventana de la cocina y los pensamientos me abruman: “cómo es posible, que fue lo que pasó para que la supuesta pesadilla terminada, estuviera ahí, tan latente como nunca y llenando de desesperanza todo a su paso”. No tengo respuestas.

 

Preparo el mate y me salgo casi a propósito de mis pensamientos. Abro un rato la canilla que viene del surgente y un pequeño vapor me confirma que la helada está ahí, que las avenas planchadas no son casuales, que no tener un rollo no es justamente una buena idea y que los partos vamos a tener que seguirlos de cerca. Otra vez el pensamiento, me aplasta la idea de muchos amigos que creyeron, pienso en la alegría de “Abelino” que ya no está, pero que en nuestra última charla, hablaba de los precios ideales del inicio de campaña, se alegraba por las lluvias del mes de Julio y me termino indignando por tanta mediocridad, por tanta inoperancia. “No puede ser me digo, seguro que hacen otra cosa”

 

El sol pega a pleno, lleno las bateas del comedero con las semillas de una avena sobrante y en menos de un minuto estoy rodeado por 80 vacas que suplican que me corra, que eso es de ellas y hasta las primeras- ya conociéndome- se meten de lleno en el comedero para saciar sus ganas de fibra. Me quedo mirándolas y a lo lejos veo las que ya parieron y pienso en los terneros, “lo único que falta es que también se metan con la carne”, me espanto en mi propia idea. Y no lo se, exportaciones son todas, se habla de todos los granos, al menos las declaraciones juradas ya están intervenidas. “No con la carne no, cuánto más barata quieren que este? Cuanto más atraso se puede tener en el precio? No con la carne no creo, espero que no”, trato de convencerme.

 

El molino no tira, no hay una gota de viento. El tanque a la mitad y el exceso de haciendas en los tres potreros es un problema, “algún lote vamos a tener que rotar”, esta vez en voz alta, vuelvo a decirme en soledad, como todos los que andamos en el campo, hablo solo.

 

Me cebo el quinto mate y por un segundo decido disfrutar el paisaje: las sombras de las sierras se ven allá a lo lejos y el sol ya marca casi el mediodía. “Seguro el Indio- así le dicen desde siempre al empleado -en un rato estará volviendo a la casa a preparar el almuerzo”, me digo. Dejo el mate y me preparo para mi ejercicio favorito: sentado en el medio del cuadro, veo como los terneros, muy curiosos, se acercan lentamente. “Por qué? por qué esta condena” me pregunto una vez más. Cuál es la obsesión para que el único sector que siempre pague todos los platos rotos sea el campo? “Y si, la culpa es nuestra, siempre mansos, siempre sumisos, siempre los únicos supuestos patriotas dispuestos a darle una mano a un país, que rebalsa de inútiles”, me digo enojado.

 

Ahora sí, a lo lejos, escucho el “Massey” que está camino a la casa. Habrá que comer, habrá que charlar de cosas del campo y olvidarse por un rato, de toda esta bronca, de tanta desilusión. Pero ahí atrás dejo el consuelo, la pasión por ese horizonte, la sonrisa por los terneros curiosos, la bendición del sol en la cara. Terapia inútil, pero terapia al fin….

 

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