Niños, los verdaderos dueños del tiempo

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

Detenerse un segundo, esa es la propuesta de hoy. Por un instante sentir que no tenemos apuro, que nada es tan urgente, que estemos o no, las cosas van a ocurrir. La teoría irremediable del imprescindible. “El cementerio, está lleno de imprescindibles”, no es solo una frase, es una simple realidad.

 

Muchas veces en los kilómetros y horas de vida que la ruta me devora, hago un ejercicio sencillo: cada viaje, cada trayecto, cada remate y cada evento, tiene seguramente un tiempo de disfrute y allí se hace la diferencia, entre un simple trabajo o el de una vida haciendo lo que a uno le gusta. No se trata de qué es lo que hagamos, a qué nos dediquemos o qué tipo de vida tengamos, se trata de cómo decidimos vivirla y allí, nace seguramente uno de los grandes secretos de cómo manejamos nuestros tiempos.

 

Seguramente de niños, nuestra concepción de las horas, era indudablemente superior, con largos días, con tiempo para vivir, para disfrutar, para compartir, para poder sentirnos queridos, cuidados, acompañados. Nuestra adolescencia no fue diferente, más allá de lo que cada uno haya hecho ya sea estudiando o trabajando, tampoco había una carrera contra las horas, de hecho, seguramente entre estudios, trabajo y adolescencia, la noche también formaba parte de ese alargue en las agujas del reloj.

 

Sin embargo hoy no hay tiempo, las horas no alcanzan y las prioridades, suelen ocuparse de temas por resolver, bancos por visitar, trámites por hacer, compromisos que cumplir y desde ya, ocupamos muchas de nuestras horas, detrás de una pantalla en todos sus formatos, celular, computadora o televisión, allí se utiliza una importante porción de vida.  

 

Quienes tenemos el privilegio de salir a una ruta, de recorrer un campo, de charlar con un paisano, de anochecer o de amanecer en contacto con la naturaleza, de transcurrir una jornada entera sin señal, sin tecnología y hasta sin luz en muchas ocasiones, nos chocamos constantemente con esa cruda realidad de que el tiempo sigue ahí, detenido en el mismo lugar, llevando el ritmo que jamás perdió, pero que nosotros hemos olvidado, hemos reemplazado y lo peor, nos negamos a recuperar, salvo en vacaciones, donde por momentos parece que recordáramos, que los días son más largos que el resto.

 

Por eso en el día del niño, deberíamos aprender un poco más de la enseñanza que sin querer, ellos nos dejan. Lo primero, recordar que es obligatorio divertirse, no importa quien seas, que hagas o que cargo ocupes, para reírse, solo hay que saber mirar alrededor de uno mismo y encontrar en las cuestiones más serias, algo tan increíble, que causará gracia. Saber disfrutar: no es necesario un caramelo o un chocolate, a veces, ese café a las corridas, puede saborearse, ese mate preparado sin ganas y entredormidos, tiene mucho para darnos. Aventurarse, arriesgarse sin creer que todo es tan terrible, siempre, todo absolutamente todo en esta vida, es más sencillo de lo que creemos. Y por último, nunca dejes de decir lo que pienses, no callar, no mentirse a sí mismo, es el mejor relajante muscular que el cuerpo nos regala.  Y a no olvidarse, un niño, jamás dejaría de abrazar, de besar a quienes quieren.

 

Por todo esto y mucho más, hoy también es tu día, mía día, porque el tiempo, por más que pase, sigue siendo nuestro.

Escribir comentario

Comentarios: 0