Para cambiar hay aprender a dialogar

Por José Luis Ibaldi - Mañanas de Campo

Hay veces en que me pregunto si los argentinos deseamos cambiar el paradigma de nuestro país. En otro momento de la historia, fue posible.

 

Un pensador argentino señala que el país puede ser cambiado desde el hombre, conservándolo, respetándolo, y acrecentándolo en su persona, en su “yo” protagónico. No para convertirlo en un ser individualista, sino en una parábola abierta y libre que se realiza junto con los otros, preservando y acrecentando su propio valer y el de los demás. Porque para ejercer en plenitud esa cualidad de persona se necesita estar rodeado de personas.

 

Precisa que en la segunda parte del siglo XIX sentó las bases democráticas y el nuevo paradigma que dejó atrás una etapa de luchas fratricidas, cambió al país desde esa perspectiva, es decir, haciendo que una sociedad con fe y afán de progreso, expresada en un ámbito libre y amparada cual paraguas protector por la Constitución Nacional, acrecentara su protagonismo colectivo y republicano.

 

También ese pensador argumenta que tal cual lo enseñaba el filósofo existencialista Martin Buber, la clave no está entre el “tú” ni en el “yo”, sino en el “entre”. Entre todos podemos cambiar el país. Los protagonistas del cambio tenemos que empezar por pertenecernos a nosotros mismos: ser dueños de nuestras propias vidas, que no es más ni menos que emanciparnos con coraje de los variados clientelismos que nos apresan.

 

Otra clave del cambio está en el diálogo. Sin embargo, el diálogo es un arte, que como todas las artes, exige práctica, dedicación, trabajo, vocación. No toda conversación es un diálogo. Vuelvo a Buber para señalar tres tipos de diálogo. El auténtico (hablado o en silencio), durante el cual cada participante piensa realmente en el otro o los otros como seres existentes y se dirige a ellos con intención de reciprocidad. El diálogo técnico, que se limita a cumplir la formalidad de establecer acuerdos específicos. Y el monólogo disfrazado de diálogo, en el cual dos o más personas reunidas en un espacio común, hablan cada una consigo misma “mediante rodeos maravillosamente retorcidos”.

 

En Argentina, generalmente, existe mucho monólogo disfrazado de diálogo. ¿Será por eso que desconfío de que los argentinos deseemos cambiar el rumbo del país? Digo esto porque ni el diálogo ni la discusión serán jamás un encuentro entre un “yo” y un “tú”, si la buena fe queda fuera y si no se respeta al otro en su dignidad. Y de esto tenemos montones de ejemplos en nuestra vida diaria y en las actitudes de nuestra dirigencia.

 

Para cambiar hay que aprender a dialogar. Se dice que aprender a dialogar no es una tarea sencilla, porque en ella intervienen algunos valores y actitudes que hemos comenzado a olvidar: la humildad, la paciencia, la gratitud, la empatía. ¿Estamos dispuestos a dar vuelta la página e iniciar el aprendizaje?

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