Tranqueras adentro, secretos que se meten en la sangre

Por Carlos Bodanza - Mañanas de Campo

“No venga a tasarme el campo, con ojos de forastero, porque no es lo que aparenta, sino como yo lo siento”. Cuál es el secreto que encierra cada campo? Hay algo detrás de un gran telón que todos buscamos descubrir. Lo que nadie puede negar, es que hay “algo” que contagia, atrapante, misterioso, fascinante y dramático. Historias jamás contadas, esperando salir a escena.

 

“El Relincho” seguramente es un campo más, tiene un nombre clásico como tantos otros, pero detrás de la tranquera, aparecen años de sensaciones, de relatos, de vivencias que aunque sin ser propias, parecen obligarte poco a poco a encarnarlas, a respetarlas. El campo habla. Sí. Todo el tiempo cada campo asume su relato. Desde la cadena de la entrada, hasta los postes de cemento, esos que allá lejos y hace tiempo, alguien decidió poner quizás por convencimiento, tal vez para que no se quemen, quien sabe si serían más baratos o perdurables. Pero ahí están, testigos de un tiempo que parece no transcurrirles.

 

Los potreros como en tantos lugares tienen nombre: cada uno ganó su título, el “lote 5”, la “planiza” y “el nación”, ese que alguna vez con esfuerzo, con lágrimas y hasta fundidos, el Banco terminó otorgando y hoy el rodeo pastoreando una avena veterana, ni sabe que pisa tierra cuyo nombre, es propio de un Banco que forma parte como tantos, de los campos argentinos. Así nacen, así se teje la historia de cualquier campo, donde seguramente cada uno de sus habitantes, dejó parte de su vida, de su familia, de su tiempo, de su sangre. De su sangre….quizás, por eso el campo es herencia, propia o ajena, tarde o temprano se mete en tus venas, te atrapa y muchas veces, no te deja soltarlo.

 

“Mi campo conserva cosas guardadas en su silencio”, continua Larralde en su relato,  un silencio que no es tal, un silencio que teje historias, las de los galpones, las del silo, las del puesto, las del arroyo. Antojos lejanos y sin explicaciones, de un campo comprado con la casa instalada, vaya a saber por qué, en determinado sitio, rodeada de árboles, custodiada bajo la loma. Cada corral sabe sus razones, como las del viejo “Ramón”, de sus relatos de su Santiago del Estero, de sus sonrisas, de sus enojos, de sus docenas y docenas de noches de soledad. Tesoros bien guardados, de una zona que supo de malas, de grandes secas, de incendios y de grandes cosechas, de cientos de vacas, de miles de ovejas.

 

Hay pumas, jabalíes, maras, ñandúes, liebres, yararás, zorros, vizcachas, nutrias y cuanto bicho pampeano, alguna vez haya sabido nacer por estas tierras. En las lomas alpatacos, chañares, pajas, llorones, agropiros en los bajos,  tréboles y un suelo que a gritos respira con las buenas lluvias. Una huella vieja y perdida, un ojo de agua, un surgente, los postes que señalan que allí hubo un alambrado y un viejo esquinero que vaya a saber porque curiosa razón, está marcando ese cuadro.

 

Sin dudas el campo tiene secretos, esos que mueven a miles de productores a insistir, a volver a intentarlo, a comenzar cada año. Esa razón que familias enteras hagan que su destino, siga allí forjado, se insista en transmitirlo, se construya, se contagie. Somos parte de ellos, o ellos son parte de nosotros mismos.

 

Por eso, cada vez que cruzo una tranquera lo hago sabiendo que no seré el mismo a la salida, siento que algo está por atraparme y tendré más campo en mi sangre, me iré con más historias, con más secretos, con más silencio para seguir transmitiendo….

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