La alteridad de El Templo

Por José Luis Ibaldi – Mañanas de Campo

Los cuentos Sufis son historias cortas que nos hacen reflexionar sobre la vida y nos introducen ense-ñanzas. Dicen que un joven fue a visitar a su maestro. Golpeó la puerta y del otro lado el maestro pre-guntó: ¿quién eres? El joven contestó: Pedro. El maestro le dijo: ¡vete!. El joven no entendió por qué el maestro lo echó sin abrir la puerta.

Durante dos años este joven se fue a meditar acerca de lo que había hecho mal y al cabo de ese tiem-po, volvió a la casa de su maestro. Golpeó y el maestro preguntó: ¿quién eres?, y el joven respondió: tú. Entonces, el maestro le respondió: ¡entra!.

La historia de este cuento sufí es bastante compleja como simple, pues la relación de las personas se hace con el otro y no contra el otro. Esto se sabe desde la infinidad de los tiempos, pero el hombre, en su soberbia, en su egoísmo, se olvida de redescubrirse en el otro. Es lo que la filósofa alemana, Hannah Arendt, denomina “alteridad”, ponerse en la condición del otro. Saber que puedo hacer algo trascendente cuando entiendo y me involucro en la vida del otro.

Con el avance de la tecnología hemos avanzado en diferentes planos solucionando o abriendo la puerta de temas complejos, pero, a su vez, hemos involucionado en nuestra comunicación. Fascina-dos por estar en contacto con el adelante tecnológico, estamos conectados pero no comunicados.

La comunicación y la amistad son un hecho artesanal. Podemos tener 5.000 “amigos” en Facebook y eso nos hace ser una persona muy conectada, pero no comunicada. Nos recuerda Sergio Sinay que la comunicación entre los seres humanos requiere de herramientas de última generación como la mirada. El ojo que ve es fisiológico. La mirada es otra cosa, es ver al otro como alguien esencial y es-pecial. Tan especial como soy yo.

También requiere de la herramienta de la escucha. Escuchamos cuando recibimos hospitalariamente la palabra del otro; registrando lo que dice. Ahí es cuando empezamos a comunicarnos, a tener un vínculo, a relacionarnos.

La otra herramienta esencial es el habla, que es hacer con la palabra un puente de comunicación que permite ir desde ese ser único y especial que es cada uno hacia el semejante. Y, finalmente, nos recuerda Sinay, contamos con una cuarta herramienta: el corazón, que es el sensor que permite re-cibir qué sentimos cuando nos comunicamos, qué sentimos cuanto estamos en relación con otra persona.

La Amistad necesita de estas herramientas de comunicación que devienen del origen del hombre. Sin embargo, salvo excepciones, parece que la Amistad ha pasado a convertirse en un tema utópico en este mundo globalizado, de relaciones basadas en la inmediatez y la superficialidad, donde las personas son incapaces de poner de lado sus intereses para construir un vínculo de afecto duradero y sólido.

Por eso celebro a este grupo de AMIGOS, que bajo el techo de “El Templo” han sabido cultivar artesa-nalmente una relación de “alteridad”, pues están haciendo algo trascendente al entenderse e involu-crarse entre sí.

 

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